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Es preciso, por tanto, que acatéis la autoridad, y no sólo por miedo al castigo, sino como un deber de conciencia. Dígase lo mismo de los impuestos que pagáis; quienes os los exigen son como representantes de Dios, dedicados precisamente a ese cometido. Dad a cada uno lo que le corresponda, lo mismo si se trata de impuestos que de contribuciones, de respeto que de honores.

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